
Herbario Radial
La Música de las Plantas y el MIDI: ¿Cómo Funciona?
El protocolo de comunicación MIDI, creado en 1982, permite la interacción entre dispositivos musicales electrónicos, como sintetizadores y controladores. MIDI, cuyo significado es Musical Instrument Digital Interface (Interfaz Digital de Instrumentos Musicales en inglés), es esencial para la comunicación entre estos dispositivos, ya sean hardware o parte de aplicaciones de software como Ableton o GarageBand.
Equipos MIDI: Controladores, Unidades Generadoras de Sonido y Secuenciadores
Los equipos MIDI se dividen en tres categorías principales: controladores, unidades generadoras de sonido y secuenciadores. Los controladores, especialmente los teclados electrónicos, son los más comunes y generan mensajes para activar notas y otras funciones. Las unidades generadoras de sonido convierten estos mensajes en señales audibles, mientras que los secuenciadores permiten grabar, reproducir y editar estos mensajes MIDI.
Explorando la Música de las Plantas a través del MIDI
Mi Experiencia Personal: Conexión Emocional con las Plantas
Por: Lorena Hernández Criollo
Descubrí la música de las plantas durante la meditación, un hábito que adopté para manejar conflictos emocionales. Esta práctica, además de ser relajante, me ha enseñado sobre la importancia de la conexión con la naturaleza y el equilibrio interno. La música de las plantas reveló una voz que desconocía y me llevó a reflexionar sobre mi relación con ellas.
La Conexión entre las Plantas y la Música: Un Vínculo Profundo
El encuentro con la música de las plantas cambió mi percepción sobre ellas. Reconocí que las plantas tienen una voz propia y que representan mucho más que objetos decorativos. Son seres vivos que reflejan nuestra relación con el entorno y con nosotros mismos. Esta conexión me llevó a profundizar en la experiencia y a apreciar la importancia de cada planta en mi vida.
Enlaces de Interés:
- Introducción a la Fitoterapia: Enlace
- Plantas Medicinales, el Arte de Curar: Enlace
- El Poder de las Plantas Medicinales: Enlace
Nota: La información técnica sobre MIDI ha sido tomada y adaptada de una fuente académica confiable para enriquecer el contenido y proporcionar más contexto sobre el tema.
*(1)MIDI (abreviatura de Musical Instrument Digital Interface) es un estándar tecnológico que describe un protocolo, una interfaz digital y conectores que permiten que varios instrumentos musicales electrónicos, ordenadores y otros dispositivos relacionados se conecten y comuniquen entre sí.El sistema MIDI lleva mensajes de eventos que especifican notación musical, tono y velocidad; señales de control para parámetros musicales como lo son la dinámica, el vibrato, paneo, cues y señales de reloj que establecen y sincroniza el tempo entre varios dispositivos. Estos mensajes son enviados mediante un cable MIDI a otros dispositivos que controlan la generación de sonidos u otras características. Estos datos también pueden ser grabados en un hardware o software llamado secuenciador, el cual permite editar la información y reproducirla posteriormente.
– Tomado de Swift, Andrew. (May 1997), «A brief Introduction to MIDI», SURPRISE (Imperial College of Science Technology and Medicine)
Nuestras vivencias: Conexión con lo rural

EN CIUDAD BOLÍVAR
“Aprendí a conocer las zonas rurales desde su interior»
Ciudad Bolívar por Carlos Pardo.
Mientras caminaba por las calles de Ciudad Bolívar entre semáforos, carros, motos y gente sentí una marimba, con el sonido característico de la zona pacífica de Colombia. Entre más me acercaba, más podía disfrutar de aquel sonido y su naturalidad entremezclada con la frialdad y ruido de una avenida.
Fue en un semáforo donde observé a un joven que interpretaba este instrumento en medio del cotidiano vivir en un barrio al sur de Bogotá. Me hacía reflexionar que, la gran mayoría de la población en Ciudad Bolívar correspondía a migrantes de todo el país lo que daba como resultado una localidad multiétnica y pluricultural, a unas cuantas cuadras de aquella marimba se encontraba un lote muy grande, donde pasan aquellas torres inmensas de energía que llevan electricidad a las montañas y lomas de este territorio. Allí entre torres, el suelo es aprovechado.
Conocí a Don Saulo, otro migrante que ahora hace parte de Ciudad Bolívar y contribuye con sus conocimientos agropecuarios para que la comunidad y el barrio tengan conciencia ambiental. Don Saulo, convirtió ese pastal en una enorme huerta que convive entre el barrio y la gran urbanización.
Es inspirador caminar por Arborizadora Baja entre calles, casas, negocios y encontrarse de frente con un cultivo de Amaranto, o de Ruibarbo o tal vez Chía; aquella granja es encantadora. Allí los sonidos son únicos, en el transcurso del diario vivir de la gente del barrio, los sonidos de los perros y las avenidas se integran con los sonidos del maíz; las hojas del Amaranto, el sonido del viento y las hojas secándose de tabaco. Parece como si en unos cuantos pasos se llegara a otra región del país.
Zonas rurales en territorio urbano, fue así como decidimos ir a la zona rural, saliendo por la Avenida Boyacá en medio del ruido y la contaminación, en una subida empinada por el Lucero hasta llegar a Mochuelo; la frontera entre urbanidad y ruralidad. Allí todo comienza a transformarse, dejamos atrás el caos y el afán. El paisaje pasa de tonos grises a verdes, y los sonidos se convierten en animales, árboles, campesinos, páramo y carranga. Precisamente fueron los Viejitos Parranderos quienes me recibieron por primera vez, unos abuelos que transmiten sus costumbres de generación en generación a través de la danza, tradiciones Cundiboyacenses que se integran al territorio y transmiten un saber a través de la cultura. Siempre recordaré que en la vereda Pasquilla podré visitar a estos abuelos felices de la vida y de sus pasos de danza.
Explorando la vida en Ciudad Bolívar: Una mirada íntima desde el corazón de Bogotá
Por Lorena Hernandez
De Ciudad Bolívar tengo mucho que agradecer; se puede decir que prácticamente viví allá. Esta localidad es un espacio que me llamaba constantemente para amar, crecer, luego para trabajar con la comunidad y después para trabajar por la comunidad en pro de un cambio social. Es un lugar mágico, su gente que llega constantemente por diferentes conflictos, pero que a pesar de todo cuando llegas allí, te das cuenta de que en medio de todo ese conflicto hay historias realmente valiosas; todos los lugares cuentan algo. La huerta Wayra, cerca de la universidad distrital, donde jóvenes se tomaron un rincón del parqueadero para generar un espacio de encuentro; la granja bajando por Coruña, donde adultos mayores se tomaron el espacio para cultivar y conservar plantas medicinales y orgánicas; la vecina vendiendo y elaborando sus pomadas, y su comida tan propia de tantos lados.
Esta localidad es una Colombia chiquita, empaquetada en una diversidad de barrios y de costumbres. La lucha es constante también para Ciudad Bolívar porque siguen cultivando, siguen preservando sus tradiciones; existe una zona rural que incluso sus propios habitantes desconocen. La vida es un afán constante de necesidades que suplir, en donde aún estando cerca de la urbanidad no se visibiliza. Debes pasar por la mal llamada loma y no muy lejos de ella para llegar a sitios donde se evidencia la ruralidad también cobija a Bogotá. Esta localidad me enseñó de la siembra de varias plantas, sobre todo de la Hierbabuena; suelo tomarlas en mi casa cuando me indigesto, siento que me limpia el estómago, pero medicinalmente no conocía todas sus propiedades y sus usos.
Los niños aún siguen preservando y cultivando a pesar de las lejanías de su territorio, en donde se comparten historias en cada esquina porque también quieren ser escuchados, también quieren que su voz se conozca.
Conexión con lo natural: La herencia fitoterapéutica de Ciudad Bolívar
Por Mauricio Franco
Para mí, Ciudad Bolívar no solo es un hogar, es un encuentro de vida, de alegría, de fe y de oportunidades. Es una localidad que desde hace años ha luchado por el cambio positivo y el respeto a la vida desde lo comunitario. En esta ocasión, por medio del herbario aprendí a conocer las zonas rurales desde su interior. La mística de cada huerta, de cada labriego, me brindó experiencias únicas para el intercambio de saberes. Personas que han entregado muchos años de su trabajo para aportar un granito de arena a su territorio, que promueven una alimentación sana y de calidad desde su herencia cultural.
A partir de la medicina tradicional (fitoterapia) se puede conversar largo y tendido con varios de sus habitantes; es sorprendente cómo estas tradiciones vienen arraigadas en su gente de todas partes de Colombia. La ruda, la sábila, el jengibre y muchos más productos naturales que rodean la sabiduría popular y que se encuentran en cada esquina, puesto de líchigo o plaza de esta localidad. Mi invitación a todas las personas que leen este blog es que visiten estos territorios, las zonas rurales de la ciudad y que cultiven sus saberes todo el tiempo.
EN USME
«Un lugar de siembra, pero ante todo un lugar para compartir y transmitir conocimientos en comunidad.»

Usme por Lorena Hernández
Hay dos zonas de esta localidad que son muy curiosas. Existe una mezcla evidente entre Usme Urbano y Usme rural. Cualquiera creería que al ser tan cercano no se notaría la diferencia, pero sí. Es un espacio en donde la ruralidad aún toca una gran parte de esta localidad y más allá de esa zona tan cercana a la Ciudad, se encuentra la zona rural. En ocasiones anteriores, me había acercado a Usme pueblo a degustar sus alimentos. Siempre me he considerado una persona de buen comer y de comer alimentos que son propios de mi país.
Soy una fan enamorada de las costumbres propias de mi tierra porque estando lejos de ella pude apreciar con amor todo aquello que tenía. La vida me puso en este país y hoy lo agradezco porque reconozco su valor. Reconozco mi territorio no solo por ser Bogotá, sino por mi país entero. Me siento parte de todos de algún modo. También, de usar plantas que alivian mis males. Considero que energéticamente hacen mucho por mí y Usme tiene eso. El saber de las plantas medicinales y no solo eso, sino el poder tomar una planta desde la huerta, agregarla a la olla y prender el fogón, eso es difícil de lograr en la ciudad a menos que cuentes con una huerta casera. El tiempo y el conocimiento para llevarlo a cabo y la paciencia, mucha paciencia porque las plantas son de cuidado, de amor y entrega.
Aprendí cosas muy interesantes como, por ejemplo, a elaborar ciertos ungüentos para la piel, que desde la sábila puedo curar un montón de males, que es bendita para las energías e incluso da buena suerte. También que muchas familias, aunque no se conozcan, comparten los mismos conocimientos y los transmiten desde la práctica diaria. Y aunque a veces se quiera colar entre los dedos las nuevas generaciones que nacen, estas tradiciones siguen manteniéndose vivas.
Usme por Carlos Pardo
Tuve la oportunidad de recorrer Usme tan solo cruzando lo urbano por un momento. De inmediato llegué a lo que se conoce como Usme pueblo. Se sentía el ambiente de pueblo, un pueblo mezclado con ciudad. Comí ponche tradicional y emprendimos un viaje por la carretera que nos adentra en la zona rural de Usme. Recuerdo mucho cómo la carretera tenía algo en particular y es que el paisaje permitía ver al costado derecho una gran cordillera muy familiar, se trataba de la ruralidad de Ciudad Bolívar, dos localidades hermanas.
A diferencia de Ciudad Bolívar, esta carretera estaba llena de curvas y se sentía más espesa la naturaleza. Recuerdo que el aire para respirar era más ameno y me sentía como si estuviera a cientos de kilómetros de Bogotá. Llegamos a la Vereda Arrayanes donde un grupo de mujeres compartían a la comunidad sus conocimientos y visión de la vida en el campo, se trataba de las Sabias Montañeras, unas mujeres aguerridas que conservan su tradición a través de la oralidad.
Me sentí feliz de compartir con estas sabias en un lugar tan hermoso, tan lleno de vida y era consciente de que todo esto sucedía en Bogotá. En el círculo de palabra, cada una compartía sus experiencias y una de ellas, de nombre Fanny, nos invitó a su huerta, un lugar de siembra pero ante todo un lugar para compartir y transmitir conocimientos en comunidad. Aprendí que los espacios toman valor en la medida que una comunidad se apropia de su territorio y tradiciones. Las sabias montañeras nos compartieron cómo se puede producir alimentos y plantas medicinales para el beneficio en común. ¡Qué gran enseñanza nos deja Usme! El hecho de compartir es vital para vivir y aprender.
EN SUMAPAZ
«Palabras que querían ser escuchadas y herencias que querían ser transmitidas»

Sumapaz por Carlos Pardo
Tenía entendido que Sumapaz era un lugar único donde había frailejones que producían agua, unas plantas importantísimas en el ecosistema del páramo. También había escuchado que este territorio había sido marcado por la violencia y la guerra que tanto daño ha causado en Colombia. Así que la primera vez que fui tenía cierta predisposición.
Camino a Sumapaz pasamos por una gran laguna donde un cabildo realizaba una ceremonia de armonización. Esta comunidad nos recibió y compartió sus cantos y sus medicinas naturales, no solo para el cuerpo sino también para el espíritu, tanto de nosotros como de la laguna, un territorio Muisca que hoy era intervenido por el Cabildo Ambika Pijao quienes habitan Usme pero hacen este recorrido hasta Sumapaz para encontrarse con la madre Ima. Un momento de reflexión y de sentir profundamente cómo la madre naturaleza nos provee todo, no solo el aire y el alimento necesario para la vida sino también de su amor y armonía para limpiar y sanar lo que nos es imperceptible en el diario vivir. En este territorio la conexión es más espiritual, se logra sentir el equilibrio de la naturaleza.
Logramos empezar el recorrido de una manera formidable. Nos sentíamos con mucha energía y a pesar del frío y del gris del paisaje, nuestra fuerza interior se encontraba revitalizada. Fueron horas de carretera, a medida que avanzábamos veíamos cómo el paisaje se llenaba totalmente de frailejones, de humedad como si viajáramos entre una nube. Sumapaz suena a misterio y agua, por todas partes afloran fuentes hídricas, brotaba de una manera mágica. Fue imposible no probar aquella agua pura y fría, sin embargo la persona que nos guiaba advirtió que “esa agua nos podía desconocer y sentar mal”. Así que paré de inmediato, siempre sentí espiritualidad en este territorio.
Al llegar a nuestro destino compartimos la palabra y alimentos con la comunidad, lejos de lo que pensaba, la comunidad no estaba prevenida, más bien nos recibió con amabilidad y logramos compartir experiencias de medicina ancestral en un territorio que se ha transformado con el tiempo y se ha convertido en una zona de reconciliación y convivencia.
Sumapaz por Lorena Hernandez
Viviendo tan apegada a la urbanidad no pensaría que Bogotá tuviera zonas rurales. Pero al estar inmiscuida en este proceso me di cuenta de que la ruralidad es lo más grande que tiene nuestra ciudad. Casi siempre se nos ha manifestado que Bogotá son solo casas, trabajo, transportes senderos en concreto para vivir «civilizadamente» con lo último en tecnología, marcas de todo tipo, el sueño «Colomboamericano» donde puedes lograr “lo que sea”, siempre y cuando estés en la ciudad. Pero cuando fui a Sumapaz por primera vez tuve mil sensaciones en un instante, me sentí minúscula al encontrarme frente a uno de los páramos más importantes de nuestro país y creo que del mundo.
Ese espacio tan húmedo, tan frío, albergaba más que frailejones y agua mucha agua pura, tenía historias de personas que vivían desde muchísimo tiempo atrás, con anécdotas fuertes sobre la violencia que sigue azotando a nuestro país, ojos que miraban con desconfianza a cada persona que pisara su territorio y sin embargo me encontré también con muchas sonrisas, con palabras que querían ser escuchadas y herencias que querían ser transmitidas.
Estábamos en un espacio de reserva en donde no eran bien vistas ciertas prácticas (el turismo) que ya están normalizadas culturalmente cuando llegas a un lugar, pero que para ellos representaban lo que ellos no permitían en su territorio y lo que eran capaces de lograr por su territorio aún con diferencias latentes entre ellos mismos. La vida se deriva de pequeños instantes, momentos minúsculos que no vuelven y que a pesar de las dificultades siempre te van ayudar a crecer y trascender, eso es lo que representa Sumapaz para mí, un lugar de constante cambio pero que sigue preservando su cultura y sus costumbres, sigue construyendo su esencia.
Sumapaz por Mauricio Franco
Entre niebla, un frío impresionante y una energía casi cósmica que nos llevaba de un lado a otro, conocí uno de los páramos más grandes del mundo. Empezamos nuestra travesía muy temprano en la mañana, esperando que el día fuera suficiente para todo lo que queríamos hacer. Los sonidos de un lugar tan hermoso me regalaban la paz y la sensibilidad de entender que somos muy pequeños en medio de la majestuosidad de la naturaleza. Frailejones que llevan muchos años en el territorio bordean el camino en carretera desde las veredas de Usme, construyendo una entrada de honor impresionante a este páramo grandilocuente que embarga la mirada ensoñada de sus habitantes y de sus turistas por medio de diversas muestras de existencia viva. Para mí, Sumapaz es agua, es vida, es paz.
La historia de Sumapaz se remonta al periodo precolombino. Los páramos aledaños a la sabana de Bogotá que estuvieron ocupados por el grupo lingüístico chibcha. La parte de Tunjuelo así como los páramos adyacentes y la cuenca del río Blanco fueron predios de los muiscas, de los cuales los de Fusagasugá y Usme pertenecían a la confederación de los cacicazgos de Bogotá. Estos pobladores indígenas trabajaban la canica, cazaban venados y vestían mantas de algodón. Para la cultura que aquí se desarrolló, los páramos adquirieron una importancia mítica: más allá de estas tierras frías reinaban los dominios de la nada. Dentro de este mundo desconocido y sobrenatural emergió y posteriormente se sumergió Bachué en la laguna de Iguaque. De otros páramos y otras lagunas hizo esta cultura lugares sagrados por prácticas finillo; siendo, la laguna de los Tunjos, por ejemplo, escenario de ceremonias religiosas. (Tomado de apartes de «Diagnósticos Locales con Participación Social» de la Secretaría de Salud del Distrito).
Jamás pensé estar en una ceremonia indígena dentro de una de las localidades de Bogotá, aún menos en Sumapaz. Pero a menudo encontramos nuestro destino por los caminos desconocidos que tomamos y en medio de esa gran laguna descubrimos una experiencia deslumbrante, llena de saberes, reflexiones y consejos sobre el encuentro con la tierra. Todo lo que nos brinda tan sereno y delicado está allí para ser protegido y amado. Energéticamente fue un despertar y sonoramente fue un nuevo trasegar entre lo urbano y lo rural.
Espero volver pronto y espero que ustedes puedan sentir mediante nuestro podcast la misma sensación de paz y de misterio que nos regaló este lugar.